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domingo, 24 de octubre de 2010

La huelga llega a su fin...


Saludos lectores de La Filosfera, antes de nada permítanme presentarme. Mi nombre es Jeremiah Golgotha y les escribo por mandato expreso del sr. Jensen Castro, dada su incapacidad para hacerlo por sí mismo, tal fue el desenlace de la huelga. Mi oficio no es otro que el de periodista, y como profesional independiente del "Daily Scathology" soy observador imparcial de los sucesos, aunque reconozco la simpatía y el afecto que he desarrollado por los manifestantes, y en especial por mi tullido amigo Castro, en estas últimas semanas.
Sé que no podré llegar a los vuelos literarios de mis antecesores en este blog, y tampoco aspiro a ello, de hecho muchos han sido los que han tildado mi estilo literario de extraño, pobre e incluso basura, pero tengo algo que adorna más que cualquier otra cosa: la verdad sobre el Patterson Moore Highschool.


TRAGICOMEDIA EN EL PATTERSON MOORE: DEUS EX MACHINA

Un inquietante runrún había recorrido los puestos informativos durante los últimos días: la huelga se aproximaba a su fin. Los casi 30 días de suplicio que habíamos vivido esperando algún acontecimiento digno de narrar mientras los “Héroes del Patterson Moore” (como ya los llamábamos algunos) continuaban su encomiable lucha.

Lo más curioso es que, entregados alegremente a este ejercicio de sodoma y gomorra, nadie conocía realmente las causas por las cuales se iba a dar por terminado el encierro. Los más atrevidos afirmaban que el canibalismo y la coprofagía estaban comenzando a aflorar en el seno de los protestantes. Otros defendían que el hedor a excrementos y orín resultaba insoportable. Y los más siniestros aventuraban

que el viejo demonio del quinto infierno, Escalopeth, había sido invocado por cierto sector ocultista camuflado vilmente entre los habitantes del Patterson, pretendiendo desestabilizar los estómagos de nuestros protagonistas.
Sin duda alguna, no eran más que falsas habladurías para desacreditar y ensuciar la reputación de aquellos hombres que aguantaban firmemente los crueles mazazos del destino, habiéndose cobrado ya dos trágicas víctimas: el querido monito Poppy (todo un símbolo de rebeldía para la posteridad) y Ronneld Povolskimov, una de las figuras fundamentales de la revuelta.

Pero nadie queríamos creer que el fin de la huelga se debiera realmente a la rendición de Jensen y Ray. ¡No! ¡Dos líderes como ellos no podían defraudar a toda una nación y al planeta entero! ¡Cientos, miles, millones de personas seguían en vilo el desenlace de una historia que, irremediablemente, marcaría un antes y un después en la historia de la humanidad! ¡Hechos que inspirarían el pensamiento vital en adelante! ¡La batalla del hombre contra él mismo! ¡La esperanza del mundo libre!

Nada más lejos de la realidad, el desenlace de todo esto vendría propiciado por un acontecimiento inesperado por todos, que conllevaría fatales consecuencias para los implicados…


La mañana del día 30 de encierro desperté al alba, sobresaltado por un tumultuoso gentío que parecía congregarse en los aledaños del recinto informativo, y por un lejano soniquete de trompetas anunciando algo que, por el momento, no alcanzaba a comprender. Presto, debiéndome a mi sagrada profesión, me lancé hacia el exterior de mi tienda de campaña. Lo que presencié entonces me dejó sin habla...

Una inmensa horda de periodistas y curiosos se arremolinaba en la explanada que enfrentaba el majestuoso Patterson Moore, alzando todos la vista hacia el horizonte, lugar por el cual una lánguida esfera solar comenzaba a asomar tímidamente. Sin duda, negro presagio de lo que instantes después acontecería. Pues lo que aquella gente observaba no era sino un auténtico ejército de muyahidines kartianos, que marchaban como autómatas al son de unas inquietantes trompetillas. Un batallón de filósofos enajenados marchaba a la guerra, ataviados únicamente con sus ropas interiores, mientras entonaban un turbador y escalofriante himno bélico que decía:

And why may I not love Johnny?

And why may Johnny not love me?

And why may I not love Johnny

As well as another body?


Y en medio de la expedición apocalíptica, alzado sobre un viejo camastro de lana, se erigía Suritz Maanwill.

Sí, el mismo Suritz Maanwill que asistió a la Escuela Andinno Flatxon junto a Jensen Castro y Ray Carlsson. El mismo que siempre les envidió por el temprano desparpajo y soltura filosofal que mostraron mientras él, menos dotado intelectualmente y con una capacidad verbal propia de un homo habilis, se esforzaba en vano por destacar. El mismo al cual Jensen y Ray habían puesto en ridículo una y mil veces en cientos de conferencias a lo largo y ancho del globo. El mismo que había jurado y perjurado una y mil veces, alzando el puño, tomar su venganza contra “edseee parrr daaa mhammones kultziaaaatanos”.

Iniciador de la corriente denominada “Puritanismo Existencial de la Doctrina Oshmoldiana” (o simplemente P.E.D.O), había fundado hacía unos pocos años un grupo extremista cuasi religioso y altamente intolerante llamado “Los Azotes de Zismarck”, en referencia al radical filósofo alemán Igor von Zismarck, padre de algunas de las teorías más agresivas y drásticas del mundo del pensamiento, y autor de la célebre máxima “mis ideas son las únicas verdaderas; pero sólo llegan a entrar en las cabezas que quedan enteras”.

Los Azotes estaban constituidos por un buen puñado de sabios y librepensadores de dudosa reputación y capacidad a los que Suritz había conseguido atraer bajo la promesa de un futuro reinado en el mundo de la filosofía. Para asegurarse su plena y total devoción, les ofreció además cantidades ingentes de una droga experimental llamada “Aristótela”, bastante común entre filósofos, artistas y políticos; una droga que circula fluidamente por el mercado negro, elaborada a partir de restos de cocaína cortados con distintas especias.

Desde luego que la huelga de hambre no pasó desapercibida para el archienemigo de Jensen y Ray, quien se debió irritar sobremanera ante la fama que sus rivales estaban cosechando, transformados ya en figuras de referencia social, mientras que él todavía necesita de un asesor personal para limpiarse los hilillos de saliva que continuamente le resbalan por la barbilla.


Retomando los hechos que nos ocupan, de aquí en adelante los acontecimientos se sucedieron de forma extremadamente rápida y confusa. Los Azotes llegaron al límite del cordón policial, mientras la numerosa multitud ya congregada esperaba, impaciente, a conocer el desenlace. Y, sorpresivamente, los pocos agentes de la ley allí presentes les dejaron pasar al patio del recinto como si nada… ¿Complot? No sería descabellado pensarlo, puesto que al Gobierno le había dado un enorme dolor de cabeza el asunto del Patterson, y si podían librarse de él cuanto antes, mejor.

Tras ellos, algunos periodistas intentamos abrirnos paso, pero la policía nos lo prohibió. Estaba claro que su misión era ocuparse de que, fuera lo que fuese que tuviera lugar dentro del instituto, se quedara tras esas paredes. Nadie pudo avisar a Jensen, Ray y los demás de lo que se les venía encima.

Apostado frente a la puerta del complejo estudiantil, y bien escoltado por sus seguidores, Suritz Maanwill dedicó una efímera mirada a la arcaica estatua de Patterson Moore ubicada en un lateral, y tras dedicarle un escupitajo, dio inicio a la invasión del instituto.

Los fanáticos ilustrados derribaron la puerta e irrumpieron en el hall chillando y corriendo. Gritos, golpes, caídas de muebles, extraños gemidos, comenzaron a brotar hacia el exterior.

Sillas, mesas, libros y otros objetos comenzaron a volar a través de las ventanas del Patterson, los cristales por los aires. Muchos de los okupantes abandonaron el lugar como pudieron, ensangrentados y lesionados. Llo estaban destrozando todo, y yo no podía quedarme de brazos cruzados, así que eché a correr hacia el Patterson. Y cuando faltaban unos pocos metros para alcanzar la entrada, uno de los uniformados se giró y me golpeó en la cabeza con la porra, caí inconsciente sobre la hierba.

Lo siguiente que recuerdo es despertar tendido aún en el césped, con una cálida sensación en el rostro. Elevé la vista hacia el Patterson, y comprendí el por qué: el edificio comenzaba a arder desde el interior, y las llamas asomaban ya por algunas de las estancias. ¡Lo habían quemado todo para que no quedara ninguna prueba! A saber qué barbaridades habrían pertrechado tras sus muros…

Miré fugazmente al otro lado de la calle, y pude comprobar que Suritz y sus acólitos se habían esfumado. Las primeras sirenas de los apagafuegos y las ambulancias se escuchaban en la lejanía. Y, mezclados con la muchedumbre que inundaba la vía pública, decenas de huelguistas malheridos dirigían su perdida mirada al instituto, aturdidos y sin comprender porqué aquellos desconocidos habían echado todo a perder.

Fue entonces cuando un pensamiento atravesó mi mente: ¿dónde estaban Ray y Jensen? Según me informaron compañeros de profesión, ya se había evacuado a todo el mundo, y se había trasladado a los más graves a hospitales, aunque resultaba complicado identificar a muchos de los heridos, dado que la mayoría se encontraban inconscientes o en estado de shock, y en una situación física bastante precaria (a los daños sufridos en el combate se sumaban las consecuencias de la larga huelga de hambre).

Tras recorrer algunos de los centros sanitarios cercanos, suspiré parcialmente aliviado: Jensen se recuperaba en la UVI de las graves heridas ocasionadas en la reyerta. Pero, al hablar con él, un mar de dudas e incógnitas inundaron mi cada vez más confusa razón: el ataque había sido a todas luces premeditado, de ahí que un insistente rumor acerca del fin de la huelga circulara días antes. El propio Jensen se hallaba confundido, y encontraba inexplicable la presencia de Suritz Maanwill en los eventos.

Le habían intentado asesinar, dos puñaladas había recibido en abdomen y pecho lo probaban. De hecho, nadie había fallecido en el transcurso de los acontecimientos, y las únicas lesiones de los huelguistas se limitaban a golpes recibidos por puñetazos, patadas y algún que otro objeto contundente improvisado.

Pero a Jensen le habían atacado directamente con un cuchillo. Sólo a él. Y luego lo habían quemado todo para borrar cualquier evidencia. Por poco, pero mi colega el filósofo había salido de esta.

¿Y Ray? Ni rastro. Tras llamar a todos los hospitales de la zona, pude constatar que no se encontraba entre los heridos del Patterson. Tampoco Jensen ni ninguna otra persona a la que se interpeló le había visto abandonar el edificio antes del incendio. Pero los bomberos aseguraban no haber encontrado ningún resto humano entre las ruinas.

Una vez conocidos por todos los sucesos efectivamente acaecidos, varias son las cruciales preguntas que me asaltan: ¿Por qué Suritz y sus Azotes? ¿Simple envidia, o había motivaciones de mayor índole ocultas en la sombra? ¿Y por qué le apoyó el Gobierno? ¿Tanto riesgo asumieron las autoridades únicamente para terminar con la huelga, o existían otras causas más inquietantes y difusas tras ello? ¿Qué abominables hechos habían tenido lugar tras los muros del Patterson Moore? ¿Quién intentó matar a Jensen Castro, y cuáles fueron sus motivos? ¿Al final las muertes de Poppy y Povolskimov han sido en balde?

Y, sobre todo, la cuestión más importante de todas: dónde estás Ray, dónde estás…

Jeremiah Golgotha


Suritz Maanwill, en una conferencia en Tánger (imagen de archivo)

Jensen Castro

domingo, 17 de octubre de 2010

Diario de un filósofo en huelga: Día 23


Siempre conocí al bueno de Jensen como alguien equilibrado, que en los momentos más tensos sostenía con envidiable solidez sus teorías, aunque fuese contra rivales poderosos, como Korver Claxton, famoso por sacudir con fiereza a un alumno de 12 años en una de sus conferencias del ciclo “Filosofía amable que explicar a tus padres”, allá por 1993.

Durante estos días tan sumamente complicados que nos ha tocado afrontar, sólo he podido aumentar mi admiración por esta cualidad de mi compañero de fatigas.
La prueba evidente de ello, es que este texto no puede ser escrito por Jensen, al encontrarse aún sumamente mermado físicamente, tras la brutal carga policial producida el pasado sábado, como desgraciado último acto de nuestra cruzada contra lo injusto e inmoral, ya esbozada en anteriores entradas de este espacio web.

Todo comenzó ayer por la mañana, cuando unos agentes del Gobierno se acercaron a McKinsley. Habían oído con seguridad acerca de su debilidad física y confiaban en sacarle partido, aprovechando de igual modo el alba como momento de máxima confusión en el campamento. Así le ofrecieron una miseria para el Patterson, una cantidad tan ínfima que ni siquiera habría sido suficiente para comprar compases y reglas para dibujar los Pictiogramas de Sheldlek. Incluso le tentaron con un muffin casero, pero finalmente hizo lo correcto y declinó la oferta con un grito.

Al mismo tiempo se había desatado un revuelo en el otro extremo del campamento, pues un compañero descubrió a Dante Attro, el escepticista italiano comiendo unas mondas de mandarina, seguro de que nadie le veía. Sabíamos que había sido un momento de debilidad provocado por sus más de ciento treinta kilogramos de masa corporal, pero aun así nos ofendió sobremanera.

Y mientras nosotros le increpábamos, la polícía no perdió el tiempo. Cargó bestialmente contra nuestros escasos enseres y los destruyó. Tiendas, hornillos, mantas… realmente nos dieron igual, pero cuando vimos que apilaban nuestros libros y trataban de prenderles fuego… los mismos libros que nos habían alimentado con su saber todo este tiempo, los que nos habían animado a seguir, y que nos habían proporcionado tanto con lo que hacer vagar la mente mucho más allá de las colinas del alimento… algo prendió dentro de nosotros, y sacamos fuerzas de la flaqueza para contraatacar.

Las autoridades no tuvieron compasión hacia nosotros, especialmente a partir del momento en el que Ronneld Povolskimov, lanzó su vehículo contra una de las tanquetas que la policía tenía apostada a modo de barrera contra nosotros. Era comprensible su ira, pues había tenido que contemplar cómo ardía su último manuscrito, el que le había ocupado las dos últimas semanas y del que aseguraba podía arrojar alguna luz sobre el fenómeno del Rendromom. Fue un acto sumamente heroico, que nos sirvió para organizar nuestras fuerzas, aunque el precio a pagar haya sido su vida.

Tras este suceso, los uniformados se retiraron torpemente, parece ser que del impacto también salieron heridos tres agentes. Aun no entiendo cómo esos miserables seres repetitivos son tan valorados en nuestra sociedad, su mente cuadriculada nunca podrá volar a las alturas a las que lo hizo nuestro añorado Povolskimov, y su cuerpo es el carcelero de una mente que por otra parte, aun no ha eclosionado (ni lo hará)

Nunca te olvidaremos Ronneld.

No, no estamos abatidos ya que hoy ha sido una victoria, aunque sí físicamente castigados, y mucho nos tememos que no duremos mucho más, no obstante aquí seguimos, y aquí seguiremos.

Porque sin filosofía en un mundo sin dioses andantes, seríamos como un amo preso de su propio esclavo.


Ronneld Povolskimov, en el centro, hace una semana. D.E.P.


Ray Carlsson

martes, 5 de octubre de 2010

Diario de un filósofo en huelga: Día 10


5 de Octubre

“Casi nos dábamos por vencidos esta mañana, lo admitimos, ha sido durísimo ver su caída, su cuerpo inerte en el suelo…”

Así ha narrado el ilustre Hann Frederic lo que quizá era una muerte anunciada. El primero tememos, de una larga lista de difuntos que con su sacrificio quizás enderecen lo que las autoridades se proponen destruir.

Actualizo desde nuestra pequeña tienda de campaña, aquí al lado del Patterson. Llueve de forma persistente y si no fuera por las mantas que nos ha donado el ilustre local que hay frente al instituto, posiblemente no podría escribir debido al frío.

Como Hann comentaba a los medios esta tarde, ha sido horrible. No sólo perdemos a un compañero, fiel, sin duda, sino que también perdemos al miembro más valioso en términos de popularidad del amenazado instituto. Poppy, la mascota que durante tantos años amenizaba al alumnado con sus graciosos y simiescos movimientos, se ha precipitado al vacío esta tarde desde unos 15 metros. De haber estado bien alimentado, posiblemente habría salvado su vida, pero por culpa de esta huelga, sólo motivada por la codicia de algunos decrépitos entes, no ha sido capaz de esquivar a la muerte. Poppy, el alegre macaco, al que dedico sin duda mi entrada, se había sumado, por orden expresa de McKinsley, a nuestra huelga.

Inicialmente vinieron los amorales miembros de la asociación animal DD.FF a arrebatarnos a nuestra sacrificada mascota, según ellos debido a que no tenía conciencia como para secundar algo como lo que defendíamos. Sin duda, nada más lejos de la realidad. Posiblemente Poppy tenía más conciencia que todos aquellos “amantes de los animales” que anteponen el derecho a nutrirse, se sea o no animal, al deber de aprender y culturizarse. Desde luego, si algún sofista levantara la cabeza, llamaría a sus yeguas para pisar y destruir a esos seres humanos impresentables.

Siento el tono de mi actualización, debéis entender que tanto Ray como yo no estamos en nuestro mejor momento. La hambruna comienza a cegarnos, quizá del mismo modo que lo ha hecho con Poppy, que en un momento de debilidad, trató de cazar a un pajarillo extraviado en el borde de la cornisa del Instituto. Cosa que como os decía, le ha costado la vida. A ti, Poppy, te dedico mi prosa en el día de hoy. D.E.P



D.E.P. Poppy, te echaremos de menos


Jensen Castro