Vistas de página en total

domingo, 17 de octubre de 2010

Diario de un filósofo en huelga: Día 23


Siempre conocí al bueno de Jensen como alguien equilibrado, que en los momentos más tensos sostenía con envidiable solidez sus teorías, aunque fuese contra rivales poderosos, como Korver Claxton, famoso por sacudir con fiereza a un alumno de 12 años en una de sus conferencias del ciclo “Filosofía amable que explicar a tus padres”, allá por 1993.

Durante estos días tan sumamente complicados que nos ha tocado afrontar, sólo he podido aumentar mi admiración por esta cualidad de mi compañero de fatigas.
La prueba evidente de ello, es que este texto no puede ser escrito por Jensen, al encontrarse aún sumamente mermado físicamente, tras la brutal carga policial producida el pasado sábado, como desgraciado último acto de nuestra cruzada contra lo injusto e inmoral, ya esbozada en anteriores entradas de este espacio web.

Todo comenzó ayer por la mañana, cuando unos agentes del Gobierno se acercaron a McKinsley. Habían oído con seguridad acerca de su debilidad física y confiaban en sacarle partido, aprovechando de igual modo el alba como momento de máxima confusión en el campamento. Así le ofrecieron una miseria para el Patterson, una cantidad tan ínfima que ni siquiera habría sido suficiente para comprar compases y reglas para dibujar los Pictiogramas de Sheldlek. Incluso le tentaron con un muffin casero, pero finalmente hizo lo correcto y declinó la oferta con un grito.

Al mismo tiempo se había desatado un revuelo en el otro extremo del campamento, pues un compañero descubrió a Dante Attro, el escepticista italiano comiendo unas mondas de mandarina, seguro de que nadie le veía. Sabíamos que había sido un momento de debilidad provocado por sus más de ciento treinta kilogramos de masa corporal, pero aun así nos ofendió sobremanera.

Y mientras nosotros le increpábamos, la polícía no perdió el tiempo. Cargó bestialmente contra nuestros escasos enseres y los destruyó. Tiendas, hornillos, mantas… realmente nos dieron igual, pero cuando vimos que apilaban nuestros libros y trataban de prenderles fuego… los mismos libros que nos habían alimentado con su saber todo este tiempo, los que nos habían animado a seguir, y que nos habían proporcionado tanto con lo que hacer vagar la mente mucho más allá de las colinas del alimento… algo prendió dentro de nosotros, y sacamos fuerzas de la flaqueza para contraatacar.

Las autoridades no tuvieron compasión hacia nosotros, especialmente a partir del momento en el que Ronneld Povolskimov, lanzó su vehículo contra una de las tanquetas que la policía tenía apostada a modo de barrera contra nosotros. Era comprensible su ira, pues había tenido que contemplar cómo ardía su último manuscrito, el que le había ocupado las dos últimas semanas y del que aseguraba podía arrojar alguna luz sobre el fenómeno del Rendromom. Fue un acto sumamente heroico, que nos sirvió para organizar nuestras fuerzas, aunque el precio a pagar haya sido su vida.

Tras este suceso, los uniformados se retiraron torpemente, parece ser que del impacto también salieron heridos tres agentes. Aun no entiendo cómo esos miserables seres repetitivos son tan valorados en nuestra sociedad, su mente cuadriculada nunca podrá volar a las alturas a las que lo hizo nuestro añorado Povolskimov, y su cuerpo es el carcelero de una mente que por otra parte, aun no ha eclosionado (ni lo hará)

Nunca te olvidaremos Ronneld.

No, no estamos abatidos ya que hoy ha sido una victoria, aunque sí físicamente castigados, y mucho nos tememos que no duremos mucho más, no obstante aquí seguimos, y aquí seguiremos.

Porque sin filosofía en un mundo sin dioses andantes, seríamos como un amo preso de su propio esclavo.


Ronneld Povolskimov, en el centro, hace una semana. D.E.P.


Ray Carlsson

No hay comentarios:

Publicar un comentario